PORQUE DEBEMOS CONTINUAR

sábado, 13 de diciembre de 2008

Me contemplé en el espejo pero no vi aquel rostro de esa adolescente valiente, fuerte y casi invencible. En vez de eso, lo único que vi fueron unos ojos frágiles, una sonrisa vencida. Ayer, salí a la calle abrazada a la tristeza. Si lo admito, fue así, como muchos otros días, pero no debería. Un día eres tan feliz que crees que nadie puede romper tu burbuja, pero otro en cambio, todo se desvanece y tu forma de ver la vida, a las personas y sobre todo el amor, cambian por completo. Te caes en un pajar y te clavas la aguja y te das cuenta de que la vida no tiene tanto terciopelo como algunos creen. Parece que no hay remedio que valga y te ves calada de recuerdos, sonrisas de verano, ilusiones y vivencias.
Esa precaución tonta no me sirvió para nada y la noche se convirtió de nuevo en un final entre clínex húmedos. Quizás me asomé demasiado al precipicio y seguramente sabiéndolo, caí observando lo que quedaba tras mi espalda. Día tras día, sin ver nada delante de ti, nada que te llene, solamente diminutas cosas que de vez en cuando despiertan una leve sonrisa en tu cara, pero nada de verdad. Me sentí como un equilibrista con poca experiencia sobre una cuerda a cincuenta metros del suelo y ese suelo, frío, compacto e incomprensivo, me llamaba con impaciencia.
Parecía que el pasado no dejaba de seguir mis costosos pasos. Me quedé demasiado tiempo en medio de una acera estrecha vestida con un disfraz de Caperucita gris y con una cesta llena de manzanas descompuestas. Si, demasiado tiempo el que desperdicié en llantos de amargura y tan poco que tenemos para llenarlo de escenas cinematográficas que jamás olvidaremos, pero lo tenemos. Debemos seguir hacia delante porque la vida es solo un ratito, un ratito en el que un par de estornudos nos parecen apoteósicos pero que según pasa el tiempo te vas dando cuenta de que la vida no es tan fea como la pintaba Schopenhauer. Un buen libro, una película conmovedora, una canción que te sobrecoge el corazón como nunca nada lo ha hecho, un comentario chistoso, una obra de ballet... y algo en tu diminuto cuerpecito consigue que te sientas, aunque sea por unos breves instantes, estimulada, afortunada, satisfecha, alegre, feliz, radiante pero sobre todo, distinta. Te asomas a la ventana de tu habitación, y observas a las personas que pasan, unos altivos, otros con la cabeza casi escondida dentro de sus camisas, pero aún así, el cristal por el que miras ha dejado de ser opaco y ahora se muestra limpio y claro. Te conviertes, después de mucho tiempo y después de haber pensado que has perdido hasta tu propia religión, en esa ratita presumida que no se deja comer por el gato. Porque por mucho que alguien o algo te haya producido esa melancolía absurda y egoísta durante una etapa de tu vida, sabes que debes seguir hacia delante aunque sea por el simple hecho de ser humana. Y no necesitaré una lección de tiza para saber cómo avanzar personalmente, no. Seguiré recorriendo viejos álbumes pero también tendré nuevas metas y sueños ya que, el tiempo, tarde o temprano, nos devora.

Hay recuerdos que son tan dulces que los guardamos dentro de nuestro corazón como si de secretos se tratasen, y posiblemente lo seguirán siendo pero se quedarán en eso, en deliciosos recuerdos. Y aunque ahora se te antoje curar el alma que dejaste sin barrer, no descuidaré mi precioso tiempo en algo tan llano como lo son tus abrazos. Lo emplearé en algo mucho mejor. Soñaré con ser esa persona que se pone detrás de una buena cámara y no delante, para observar y analizar todo lo que sucede frente a mí. Respiraré hondo, me tomaré una taza de alegría a la luz de la luna llena y seguiré hacia delante, porque mis huesos, al igual que los de Amélie, no son de cristal.

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