El cuento

lunes, 29 de diciembre de 2008

Ayer vi una película en el cine en la que un niño decía que la lección más importante que una vez le enseñaron era la de contar historias, cuentos. Y me detuve a recapacitar durante un momento. ¿Qué es un cuento? Intenté hacer un balance sobre todos los cuentos que había leído o me habían contado en mi vida pero me di cuenta de cuánto cuesta hacer una aproximación valorativa a ese género de tan difícil definición, tan huidizo y efímero en sus múltiples aspectos y tan secreto y replegado en sí mismo, caracol de palabras, laberinto del lenguaje, hermano misterioso de la poesía. No llegué a alcanzar ninguna idea o evaluación concreta sobre el cuento, pero de lo que sí estuve segura era de la magia que contenía y de lo que ésta producía en las personas.

En toda infancia hay un cuento de cama y en todo desarrollo y madurez existe un relato mágico, lleno de grandes estrellas que permanecen siempre en la memoria. Y, fundamentalmente, estas razones son las que hacen que el cuento tenga un papel primordial en nuestras vidas. Consigue regalarnos momentos luminosos, instantes de plenitud y de totalidad, instantes de ilustración y sabiduría. Cuando lees un cuento o te lo cuentan, tu cerebro se relaja y es como si desconectara de la memoria, algo así como dormir con los ojos abiertos. Algo tan increíble que logras evadir la pena negra, y la plena conciencia de lo que te espera no se precipita en ti mientras permanece en tu mente.


Gracias a los cuentos, multitud de civilizaciones han sabido cómo seguir sus pasos hacia delante y por eso creo que esas narraciones tienen un punto de realidad a pesar de que puedan ser fabulosos e ilusorios y, como dice Julio Cortazar, existen ciertas constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas, dramáticos o humorísticos y esos valores son los que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de obra de arte.


Hay una de las canciones de Sabina que dice: “cómo huir cuando no quedan islas para naufragar”. Bien pues un cuento es capaz de convertirse en esa isla casi imaginaria a la que viajas mientras la noche llora lágrimas blancas sobre la ciudad. Consigue que una explosión de luz te empape la mente de sueños interminables y aunque la historia finalice en un sol vengativo que se oculta, como cada día en la vida de los humanos, logra por breves minutos lo que de muy pocas formas se puede conseguir: integridad en un mundo mágico e irreal.


Por todo ello, creo que el cuento es un género prácticamente imposible de encasillar, algo así como un temblor de agua dentro de un vaso de cristal, una fugacidad en una permanencia, una opción C entre dos alternativas. Por este motivo me quedaré con la idea de que el cuento nunca carecerá de singularidad ni particularidad y como decía el final de la película, aprender a contar un cuento es vital porque hace que la gente se sienta de su tierra, siempre.

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