Antiguamente...

martes, 30 de diciembre de 2008


El día 24 de diciembre, cuando venía el “Olentzero” iba dando un paseo con mi abuela y mi hermana y sentí curiosidad por cómo sería ésta época en sus tiempos, así que me aventuré a preguntar y mi abuela nos condujo a mi hermana y a mí a aquella época:

Cuando mi abuela era pequeña vivía con toda su familia: tíos, abuelos, primos, padres, hermanos… en una casa de un pequeño pueblo de Burgos. Allí pasaban todo el año, ya que en aquella época a parte de que no había medios de transporte necesarios para viajar, no tenían dinero más que para comer y vivir el día a día.
Su familia era humilde y pobre, como la mayoría de los pueblerinos. Pero aun así la navidad seguía siendo un momento de felicidad y alegrías para todos. Todos los niños de la familia esperaban ansiosos que empezara a nevar para poder hacer peleas de nieve y la llegada de Papá Noel (en Burgos no hay “Olentzero”).

Cuando por fin caían los primeros copos de nieve del año, y esta cuajaba, los niños salían a la calle para organizar entre todos: peleas de bolas los más rebeldes, y crear muñecos de nieve los más ingeniosos y ángeles en la nieve los más creativos.

Pero os lo estáis imaginando mal, ya que los niños no salían con botas, medias, leotardos, bufandas, guantes… Los niños tenían un poco más de suerte que las niñas ya que estos vestían pantalones, zapatos y calcetines; pero las niñas vestían faldas que apenas les llegaban por las rodillas, calcetines cortitos y finos y zapatos -No me puedo ni imaginar el frío que pasaban en aquellos tiempos.-. Así que cuando volvían a casa, se ponían todos al lado del fuego a calentarse y por el cambio brusco de temperatura les salían sabañones.

Tras jugar varios días con la nieve, los niños esperaban ansiosos el día que llegara Papá Noel con los regalos para todos. Hoy en día los niños escriben cartas inacabables de juguetes y cosas innecesarias que muchas veces acaban abandonadas en el fondo de algún mueble. Pero antes no se escribían cartas – supongo que esto pasaría en las familias pobres- y todos los primos y hermanos recibían los mismos regalos de sus abuelos.

Día 25 de diciembre, todos los pequeños de la casa corrían al salón para recibir –no abrir- sus regalos. Ya sabían lo que les iba a tocar, todos los años lo mismo, pero ellos seguían recibiéndolo año tras año con más entusiasmo.
Cada niño de la familia tenía: una o dos castañas, una o dos nueces, una peseta y algún dulce casero que les preparaba la abuela para desayunar. Los niños que eran malos, los que se habían portado mal, ni siquiera recibían eso, tan solo carbón, o alguna piedra –pero no como las dulces de hoy en día, sino de verdad-.

No recibían más y tampoco pedían ni necesitaban. Nosotros, en cambio, cada vez somos más pedigüeños y con sumistas. Cuando mi abuela terminó de contarme la historia me quedé perpleja, ¿Cómo pueden haber cambiado tanto las cosas en menos de sesenta años? ¿Cómo nos hemos convertido en esto? Estuve toda la noche reflexionando y llegué a la conclusión de que somos muy egoístas, y muchas veces gastamos el dinero a lo tonto. Pero que le vamos a hacer, estamos tan acostumbrados a esto que como nos quiten un solo regalo somos capaces de enfadarnos.

¿En qué nos estamos convirtiendo?...

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