Lejos de ocupar el mismo lugar que la cuestión del pañuelo en la escuela, la relación del deporte con el laicismo no debería ser el objeto de un texto legislativo. Sobre todo en el sur de España la baja de la práctica femenina en algunos barrios, certificados médicos injustificados con el fin de estar ausentes en las clases de educación física y deportiva, la apertura de almenas no mixtas para la utilización de equipamientos como las piscinas y los gimnasios… La aparición de estos problemas es muy preocupante.

Los trabajadores sociales y los educadores deportivos constatan que por mucho empeño que pongan en potenciar este hecho, en los lugares más ‘sensibles’ se observan desde hace muchos años enfrentamientos al principio de laicidad en el deporte.

‘‘Este principio está enormemente ridiculizado en nuestras casas’’ afirman un gran número de inmigrantes. Practicar un deporte es difícil para ellas. No tanto por la culpa de sus progenitores, sino por los chicos, de sus propios hermanos o de vecinos. En cuanto al vestuario, en un gran número de deportes hace falta explicar que los shorts son obligatorios. Sin embargo no quieren aceptarlo.

‘’Me van a insultar y mi hermano va a querer que pare’’. Tienen miedo, quieren ser felices practicando deporte pero necesitan el apoyo de su familia y ellos se lo niegan.

Sin embargo, salir a la pista con unos pantalones cortos sirve también para aclarar que ahora ellas son españolas, no esclavas, y que ya no serán propiedad de nadie, nunca más.

Cabe destacar que esta no es tarea fácil. El deporte no es algo obligatorio, los padres pueden retirar sin ningún problema a sus hijas de los clubes. No obstante, tampoco es bueno generalizar. Es cierto que existen progenitores que cierran voluntariamente los ojos y que no buscan la verdad. En muchas ocasiones, por ejemplo, existen atletas que practican la disciplina como las demás pero que se vuelven a poner el pañuelo una vez terminado el entrenamiento. Lo importante para ellas y sus familias sería mantener la discreción, no dar comienzo a un rumor.

Es importante saber que los obstáculos pueden ser de diferentes órdenes: algunos son religiosos y culturales, pero también financieros o simplemente ligados a la calidad de la oferta deportiva existente. En los barrios habitualmente no hay más que fútbol, apenas hay variación.Es preciso, por tanto, ofrecer más posibilidades ya que las jóvenes no van a salir de casa ellas solas, van a necesitar la aprobación de su entorno y con el fútbol no se va a conseguir ese asentimiento.
No existe ninguna política nacional del deporte que ni tan siquiera aborde esta problemática, a pesar de los discursos, que siempre han sido los mismos durante más de veinte años. Los efectos derivados de ello se perpetúan puesto que ninguna medida se ha puesto jamás en acción.

Creo recordar que en Francia hace tres años el ministerio de deportes lanzó una encuesta con la intención de verificar si la práctica femenina estaba efectivamente en decadencia en algunos lugares. Los resultados me son desconocidos. Sin embargo, puede que este estudio lograra circunscribir otro fenómeno, más difuso, pero que inquieta lo suficiente a las autoridades: la aparición de clubes sectarios.

Cada vez existen más grupos de este tipo, formados de manera informal y sobre bases étnicas. Éstos no compiten en campeonatos abiertos. Los equipos – que deben distinguirse de los clubes tradicionales que siempre han aceptado la mezcla de razas- se encuentran a veces en conflicto con algunas municipalidades, que se niegan a prestarles terrenos y gimnasios.

Hace falta decir que cada vez más clubes comunitarios proponen actividades suplementarias al deporte, como cursos de alfabetización y de apoyo escolar, que están destinados a colectivos pertenecientes a determinada etnia o religión. Este fenómeno es inquietante, pero son las municipalidades las que lo han iniciado, hace diez años, reconociendo a estas asociaciones en nombre de la diversidad cultural.

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