Adictos al móvil

miércoles, 20 de mayo de 2009


Una vez franqueada la puerta de salida del colegio podemos apreciar, en una esquina, una gran cantidad de teléfonos móviles. En efecto, antes de llegar a sus casas, muchos jóvenes destapan sus tan coloridos celulares a fin de ponerse al día con todo lo que les rodea.

Se ha convertido en un ritual, algo que ni nada ni nadie ha conseguido parar aún. El móvil es habitualmente comparado a un cordón umbilical que para los pies a la autonomía, mantiene la dependencia, infantiliza. En numerosas ocasiones esos tonos tan estridentes en el autobús, en el metro, dan ganas de romperlos, destrozar cada uno de estos aparatos pero no nos atrevemos ya que nos tiene presos a nosotros también.

Un gran número de personas adultas lo critican. No obstante, aseguran llevarlo a la hora de hacer la compra- sólo porque a veces puede llegar a ser útil- simplemente para preguntar por la marca de yogur. Es reconocido también por aquéllos que trabajan fuera de las oficinas, sobre todo para los médicos y reporteros, los que viajan, o para los que se encuentran en un aprieto ya sea porque su coche se ha averiado en medio de la carretera o por cualquier otra circunstancia.

Las ansias de poseer uno no desaparecen y la felicidad de expresar que lo tenemos persiste, aunque a veces acarreen resultados negativos. En muchas ocasiones, sobre todo en lugares públicos, se antepone una llamada telefónica a una conversación con un amigo que está sentado al lado y a veces estas situaciones crean enfados.

Aún así, el móvil sigue estando en boca de todos. Muchos jóvenes observan los errores que cometen sus compañeros y se proponen no reproducir lo que les parece negativo en cuanto al comportamiento. No obstante, a la hora de la verdad se dejan desbordar por la emoción cuando su pequeño aparato multicolor suena durante una clase.


Por otro lado, la mayoría de padres que, lógicamente, desconocen este último hecho, intentan persuadirnos de que el móvil ha servido para saber que sus hijos estarán más seguros en la calle y, por tanto, muchos jóvenes han conseguido la tan reclamada libertad que pedían día tras día.

Sin embargo, el teléfono es muy caro y los más pequeños son los que, llevados por su emoción, más gastan. Por ello, es importante que ellos mismos paguen sus facturas puesto que, así verán lo cara que es la vida y, de esta manera, aprenderán a ser mayores.

Todo esto reintroduce el secreto entre padres e hijos, aunque haga falta discutir las nuevas normas de uso con el fin de mantener la convivencia y los lazos familiares. El móvil permite tolerarse mutuamente. Los progenitores a los que les cuesta cortar el cordón umbilical se asustan de que sus hijos prefieren apagar el móvil y no responder a sus llamadas. Pero, lejos de ser una manifestación forzada de desobediencia, esto es más una sana reacción de independencia.

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