domingo, 26 de abril de 2009


No son pocas las series y películas que, ambientadas en cárceles, narran el día a día, los conflictos, los temores, la soledad…de los presos que, por una causa justa o no, conviven con otros tantos presos durante años o tal vez el resto de su vida y nos acercan a saber un poco más sobre la vida de esta gente aislada del mundo social.
Un documental televisado por National Geographic analizaba los diferentes métodos de pena de muerte que siguen vigentes en varios estados de Estados Unidos. Trataban de mostrar el mecanismo más humano (humano, por llamarlo de alguna manera) para acabar con la vida de presos condenados a muerte.
El ahorcamiento, utilizado en muy pocos estados, se trata del método más antiguo de todos y probaban el mecanismo de éste con el fin de probar si los resultados del propósito eran instantáneos. Francamente, y dejando a un lado el hecho de que hay gente que a agonizado durante varios minutos hasta sufrir la fractura que ha acabado con sus vidas, ser observado por decenas de personas que esperan y desean la muerte de uno mismo con una cuerda atada al cuello es, sin duda alguna, una experiencia terriblemente inhumana sea cual sea el crimen cometido.
Con el avance de la ciencia apareció la silla eléctrica que, por el aspecto que muestra, se aleja de ser una muerte ni medianamente digna. Ser atado a una silla que va a producir una descarga al menos diez veces superior de la que nuestro cuerpo está diseñado para aguantar y sufrir, es una atrocidad y no sería tan increíblemente bestial si la esponja conductora fuera natural, pero se han dado casos, ni uno, ni dos, ni tres, en los que han utilizado esponjas sintéticas y el resultado ha sido un especie de cerdo a la parrilla. ¿Es que no les da vergüenza hablar de “humanidad” tras ese tipo de sucesos?
Con la inyección letal, formada por tres drogas, parecía haberse encontrado el método menos violento de asesinato hasta que a una mujer le fue inyectada la segunda droga sin que la primera de ellas, supongo que un especie de sedante, surgiera efecto y describió este supuesto “modo humanitario” como un fuego que ardía dentro de ella, que no le dejaba respirar, tan solo quemaba.
Llegados a este punto, y con los pasos agigantados a los que crece la tecnología, ¿acaso no puede crearse una manera de acabar con la vida de estas personas de una manera mínimamente placentera? El solo hecho de que un estado decida acabar con la vida de gente, sean o no criminales, ya es suficientemente atroz como para que además quieran vengarse de ellos haciéndoles sufrir hasta su último respiro.
Y, parece ser que la mejor manera, dentro de lo terrible que resulta la ejecución, probada por gente (sin el suficiente tiempo como para morir, claro está) con el fin de ayudar a los condenados, es la cámara de gas, con la que apenas se nota la falta de oxigeno en el cerebro que más tarde conlleva a la muerte.
¿Descubrirán nuevos métodos, continuarán matando como si no se tratara de personas con derecho a vivir o la pena de muerte dejará de ser legal…? Son preguntas que quedan en el aire, pues la justicia es terriblemente injusta.

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