
De lo que quería hablar era de ese amor que perdura y que se prolonga hasta el final de dos vidas o en muchas ocasiones, de una sola vida. Y todo esto proviene de una conversación que escuché el otro día de camino a casa. Una pareja de ancianos caminaba junto a su nieto cuando éste le pregunto al hombre: -Abuelo, esta noche he dormido mal y he pasado mucho miedo. A lo que el abuelo le contestó: -Tranquilo cariño. Cuando la abuela tiene pesadillas yo lo que hago es cogerla de la manita para que sepa que estoy ahí con ella y le digo cuánto la quiero para que no tenga miedo. Así que ven y coge mi mano y ya verás cómo no pasará nada. El niño, sonrió y pareció como si de repente todos sus temores se hubieran desvanecido.
Sinceramente me quedé muy sorprendida, pero ante todo conmovida y emocionada por la brillante escena que acababa de contemplar. Fui capaz de percibir algo así como un amor inacabable e infinito y no por ello menos intenso. Muchos de nosotros pensamos que las cosas que son para siempre no existen y de ahí la frase de “nada es para siempre”, pero en cuanto escuché las palabras de aquel enternecedor anciano, mi esperanza renació y ahora más que nunca creo y es más, se que hay cosas que perduran para siempre.
Admiro y aprecio a esas personas que son capaces de ofrecer su cariño y amor por el resto de sus vidas y que se entregan a esa vida para siempre. Por eso se que el mundo no está tan lleno de egoísmo y maldad como a muchos les oímos comentar y que siempre, a pesar de todo, quedará algo que nos confunda y nos haga reflexionar porque como dice la canción “somos de colores y no tenemos ni nombre”. ¿No creéis que si el mundo fuera tan apoteósico y maldito careceríamos de esperanza? ¿Y no pensáis también que si nosotros no fuésemos tan negativos y macabros todo iría un poquito mejor? Bien, pues sin ninguna intención de movimiento hippie creo que todo esto se resume en una única palabra: Amor. Para alegría de todos -o así debería ser al menos- siempre permanecerá entre estas cuatro paredes en las que al fin y al cabo, nos conocemos todos y en el que la historia no sabe de otra cosa que no sea aliteración o paralelismo.
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